A veces mensajes profundos llegan por caminos y personas menos pensadas....
En los últimos días la foto Carlos Tévez, más conocido como el “Apache” debido a su barrio de origen “Fuerte Apache”, ha sido publicada en casi todos los periódicos nacionales e internacionales.
Argentino de nacimiento, Carlitos ha participado con la selección argentina de fútbol en la Copa América, que se lleva a cabo en estos momentos. La albiceleste acaba de ser eliminada en la tanda de penaltis por su archi enemiga y vecina Uruguay. Para más inri el penalti que decantó la victoria hacia el lado uruguayo fue el errado por Tévez.
No menos llamativa son las novedades que circulan hoy a gran velocidad por Internet sobre el futuro del delantero argentino. Actualmente militante en la millonaria entidad inglesa Manchester City, Carlitos tiene otros muchos poderosos pretendientes al día de hoy: Inter de Milán, Corinthians, Real Madrid, Juventus, ... Todos dispuestos a desenfundar una buena bolsa de dinero sobre la mesa por sus servicios.
Mucho más discreta pero con un profundo mensaje y muchas verdades ha sido la entrevista concedida por Carlitos hace pocos días a la revista de barrio “Garganta Poderosa”. Verdades que muchos piensan y pocos se atreven a decir o sustentar.
“Si no hubiera sido por el fútbol, hubiera terminado igual que muchos chicos de mi barrio, porque hoy son pocos los que llegan a triunfar como futbolistas, y en la pobreza se hace difícil vivir, ya que uno puede caer en la plata fácil. Fui tocado por la varita, porque de no ser por el fútbol, estaría muerto o en cana, o tirado en la calle por ahí, drogado”.
Esta es una experiencia que se puede constatar al cien por ciento en todos los barrios marginales de las ciudades. Es un hecho, una realidad.
“Yo pienso que nadie nace para ser chorro* y que toda esta desigualdad hace que muchos pibes salgan a robar. Ahí está el problema al que debemos apuntar, y así lograr que haya trabajo, educación, para que los pibes tengan la oportunidad de tomar otro camino”.
¿Otro camino? Sí, otro camino. Pero a veces no es fácil encontrar otro camino sin un guía que te lo enseñe. Alguien que esté dispuesto a sacrificar tiempo y esfuerzo de su vida para hacerlo.
“En el Fuerte (Apache), como en el resto de las villas, hay droga, y también muerte, pero eso pasa por algo, no es casualidad, y nadie piensa por qué pasa eso. Y nadie habla de que la mayoría de la gente se va a trabajar a las seis de la mañana. Los medios informan sin saber lo que ocurre en nuestros barrios, porque ellos no podrían vivir ni dos años como vivimos los villeros”.
Dar una oportunidad. Dejar que otros chicos puedan ser tocados por una varita. Abrir la puerta al que está al lado y no puede. No hay que ir muy lejos. Está a tu lado.
Un castillo no se construye por una persona ni en un día. Se construye día a día, piedra sobre piedra, por muchas personas, cada una dando de lo que sabe y lo que tiene. Empezando por una sonrisa.
A veces mensajes profundos llegan por caminos y personas menos pensadas. Gracias Carlitos.
NOTA:
* chorro: en el lenguaje de los barrios argentinos se refiere a los ladrones callejeros
Testigos luminosos del maestro
Los grupos, las sociedades, los pueblos, pueden corromperse y pueden regenerarse.
La corrupción llega, en ocasiones, poco a poco, desde cosas pequeñas. Luego pasa a lo grande: matrimonios rotos, adolescentes descarriados, jóvenes sin ilusiones y esclavizados por las drogas, adultos prisioneros por la avaricia y por el afán desmedido de un bienestar insolidario.
Hay pueblos y naciones que han dado las espaldas al Evangelio. Llegan a vivir una “apostasía silenciosa”, como recordaba el beato Juan Pablo II. Aceptan los criterios del mundo. Se someten al señor de las tinieblas y se alejan de la luz (cf. Ef 4,18). Por eso buscan la oscuridad, intentan que sus obras no queden al descubierto. Olvidan que nada puede esconderse a la mirada de Dios: “No se le ocultan sus iniquidades, todos sus pecados están ante el Señor” (Si 17,20).
En la historia humana, sin embargo, hay personas y núcleos que resisten al contagio del mal. No lo hacen con un extraño deseo de distinguirse, de ser diferentes. Quieren, simplemente, conservar un tesoro inmenso, magnífico, que les llega de Dios y les lleva a Dios.
Estas personas buscan ser auténticos creyentes. Leen y viven el Evangelio. Participan con fe profunda en la Eucaristía. Recurren al gran regalo de la misericordia en la confesión. Intentan, respetuosamente, tender la mano a quienes les piden razones de su esperanza. Prefieren sufrir por hacer el bien que por hacer el mal (cf. 1Pe 3,14-17). Perdonan, aman, ayudan incluso a sus enemigos.
Son hombres y mujeres que brillan, porque reciben la luz de Cristo. Abandonaron un día las tinieblas y acogieron una vida que viene de lo alto. Son capaces de regenerar el mundo que les rodea.
Sus nombres pueden quedan ocultos, incluso ridiculizados, en aquellos ambientes en los que domina el odio hacia lo que viene de Cristo. Pero esos nombres están escritos en el cielo (cf. Lc 10,20).
Gracias a ellos, sigue vivo el fermento bueno en el mundo, pervive la presencia de la gracia entre los hombres.
Dios ofrece, desde la vida de esos testigos, una señal de esperanza, sobre todo para quienes han sido atrapados por las fuerzas oscuras del mal.
Para Él todo es posible. Desde Su Amor, y con ayuda de testigos luminosos del Maestro, hasta el más miserable puede dejar el pecado para introducirse en el mundo maravilloso de la gracia.
La corrupción llega, en ocasiones, poco a poco, desde cosas pequeñas. Luego pasa a lo grande: matrimonios rotos, adolescentes descarriados, jóvenes sin ilusiones y esclavizados por las drogas, adultos prisioneros por la avaricia y por el afán desmedido de un bienestar insolidario.
Hay pueblos y naciones que han dado las espaldas al Evangelio. Llegan a vivir una “apostasía silenciosa”, como recordaba el beato Juan Pablo II. Aceptan los criterios del mundo. Se someten al señor de las tinieblas y se alejan de la luz (cf. Ef 4,18). Por eso buscan la oscuridad, intentan que sus obras no queden al descubierto. Olvidan que nada puede esconderse a la mirada de Dios: “No se le ocultan sus iniquidades, todos sus pecados están ante el Señor” (Si 17,20).
En la historia humana, sin embargo, hay personas y núcleos que resisten al contagio del mal. No lo hacen con un extraño deseo de distinguirse, de ser diferentes. Quieren, simplemente, conservar un tesoro inmenso, magnífico, que les llega de Dios y les lleva a Dios.
Estas personas buscan ser auténticos creyentes. Leen y viven el Evangelio. Participan con fe profunda en la Eucaristía. Recurren al gran regalo de la misericordia en la confesión. Intentan, respetuosamente, tender la mano a quienes les piden razones de su esperanza. Prefieren sufrir por hacer el bien que por hacer el mal (cf. 1Pe 3,14-17). Perdonan, aman, ayudan incluso a sus enemigos.
Son hombres y mujeres que brillan, porque reciben la luz de Cristo. Abandonaron un día las tinieblas y acogieron una vida que viene de lo alto. Son capaces de regenerar el mundo que les rodea.
Sus nombres pueden quedan ocultos, incluso ridiculizados, en aquellos ambientes en los que domina el odio hacia lo que viene de Cristo. Pero esos nombres están escritos en el cielo (cf. Lc 10,20).
Gracias a ellos, sigue vivo el fermento bueno en el mundo, pervive la presencia de la gracia entre los hombres.
Dios ofrece, desde la vida de esos testigos, una señal de esperanza, sobre todo para quienes han sido atrapados por las fuerzas oscuras del mal.
Para Él todo es posible. Desde Su Amor, y con ayuda de testigos luminosos del Maestro, hasta el más miserable puede dejar el pecado para introducirse en el mundo maravilloso de la gracia.
Dios es el protagonista en la oración
La oración puede cambiar vuestra vida. Ya que aparta vuestra atención de vosotros mismos y dirige vuestra mente y vuestro corazón hacia el Señor. Si nos miramos solamente a nosotros mismos, con nuestras limitaciones y nuestros pecados, tomará cuerpo en nosotros con suma rapidez la tristeza y el desconsuelo. Pero si tenemos nuestros ojos fijos en el Señor, entonces nuestro corazón se llenará de esperanza, nuestra mente se iluminará por la luz de la verdad, y llegaremos a conocer la plenitud del Evangelio con todas sus promesas y su vida.
- ¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una conversación. En una conversación hay siempre un «yo» y un «tú». En este caso un Tú con mayúscula. La experiencia de la oración enseña que si inicialmente el «yo» parece el elemento más importante, uno se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo. Más importante es el Tú, porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios.
- ¿Cómo reza el Papa? Os respondo: como todo cristiano: habla y escucha. A veces, reza sin palabras, y es entonces cuando más escucha. Lo más importante es precisamente lo que «oye». Trata también de unir la oración a sus obligaciones, a sus actividades, a su trabajo, y unir su trabajo a la oración.
- Orar no significa sólo que podemos decir a Dios todo lo que nos agobia. Orar significa también callar y escuchar lo que Dios nos quiere decir.
- La oración debe abrazar todo lo que forma parte de nuestra vida. No puede ser algo suplementario o marginal. Todo debe encontrar en ella su propia voz. También todo lo que nos oprime; de lo que nos avergonzamos; lo que por su naturaleza nos separa de Dios. Precisamente esto, sobre todo. La oración es la que siempre, primera y esencialmente, derriba la barrera que el pecado y el mal pueden haber levantado entre nosotros y Dios.
- Debemos orar también porque somos frágiles. Es preciso reconocer humildemente y en forma realista que somos pobres criaturas, con ideas confusas, tentadas por el mal, frágiles y débiles, con necesidad contínua de fuerza interior y de consuelo.
- La oración es el reconocimiento de nuestros limites y de nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. Por lo tanto, no podemos menos que abandonarnos en Él, nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza.
- Si tratáis a Cristo, oiréis también vosotros en lo más íntimo del alma los requerimientos del Señor, sus insinuaciones continuas.
- En la oración, pues, el verdadero protagonista es Dios. El protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de la esclavitud de la corrupción y la conduce hacia la libertad, para gloria de los hijos de Dios. Protagonista es el Espíritu Santo, que «viene en ayuda de nuestra debilidad».
- Procurad hacer un poco de silencio también vosotros en vuestra vida para poder pensar, reflexionar y orar con mayor fervor y hacer propósitos con más decisión. Hoy resulta difícil crearse «zonas de desierto y silencio» porque estamos continuamente envueltos en el engranaje de las ocupaciones, en el fragor de los acontecimientos y en el reclamo de los medios de comunicación, de modo que la paz interior corre peligro y encuentran obstáculos los pensamientos elevados que deben cualificar la existencia del hombre.
- Dios nos oye y nos responde siempre, pero desde la perspectiva de un amor más grande y de un conocimiento más profundo que el nuestro. Cuando parece que Él no satisface nuestros deseos concediéndonos lo que pedimos, por noble y generosa que nuestra petición nos parezca, en realidad Dios está purificando nuestros deseos en razón de un bien mayor que con frecuencia sobrepasa nuestra comprensión en esta vida. El desafío es «abrir nuestro corazón» alabando su Nombre, buscando su Reino, aceptando su Voluntad.
-Cuando recéis debéis ser conscientes de que la oración no significa sólo pedir algo a Dios o buscar una ayuda particular, aunque ciertamente la oración de petición sea un modo auténtico de oración. La oración, sin embargo, debe caracterizarse también por la adoración y la escucha atenta, pidiendo perdón a Dios e implorando la remisión de los pecados.
- La oración debe ir antes que todo: quien no lo entienda así, quien no lo practique, no puede excusarse de la falta de tiempo: lo que le falta es amor.
- No pocas veces acaso podemos sentir la tentación de pensar que Dios no nos oye o que no nos responde. Pero, como sabiamente nos recuerda san Agustín, Dios conoce nuestros deseos incluso antes de que se los manifestemos. Él afirma que la oración es para nuestro provecho, pues al orar «ponemos por obra» nuestros deseos, de tal manera que podemos obtener lo que ya Dios está dispuesto a concedernos. Es para nosotros una oportunidad para «abrir nuestro corazón».
- Para orar hay que procurar en nosotros un profundo silencio interior. La oración es verdadera si no nos buscamos a nosotros mismos en la oración, sino sólo al Señor. Hay que identificarse con la Voluntad de Dios, teniendo el espíritu despojado, dispuesto a una total entrega a Dios. Entonces nos daremos cuenta de que toda nuestra oración converge, por su propia naturaleza, hacia la oración que Jesús nos enseñó y que se convierte en su única plegaria en Getsemaní: «No se haga mi voluntad, sino la tuya.»
- La oración puede definirse de muchas maneras. Pero lo más frecuente es llamarla un coloquio, una conversación, un entretenerse con Dios. Al conversar con alguien, no solamente hablamos sino que además escuchamos. La oración, por tanto, es también una escucha. Consiste en ponerse a escuchar la voz interior de la gracia. A escuchar la llamada.
- El hombre no puede vivir sin orar, lo mismo que no puede vivir sin respirar.
- A través de la oración, Dios se revela en primer lugar como Misericordia, es decir, como Amor que va al encuentro del hombre que sufre. Amor que sostiene, que levanta, que invita a la confianza.
- La intervención humanitaria más poderosa sigue siendo siempre la oración, pues constituye un enorme poder espiritual, sobre todo cuando va acompañada por el sacrificio y el sufrimiento.
- La oración es también una arma para los débiles y para cuantos sufren alguna injusticia. Es el arma de la lucha espiritual que la Iglesia libra en el mundo, pues no dispone de otras armas.
- San Pablo, orando en medio de las dificultades de la vida, oyó estas palabras del Señor: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad.» La oración es la primera y fundamental condición de la colaboración con la gracia de Dios. Es menester orar para obtener la gracia de Dios y se necesita orar para poder cooperar con la gracia de Dios.
- ¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una conversación. En una conversación hay siempre un «yo» y un «tú». En este caso un Tú con mayúscula. La experiencia de la oración enseña que si inicialmente el «yo» parece el elemento más importante, uno se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo. Más importante es el Tú, porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios.
- ¿Cómo reza el Papa? Os respondo: como todo cristiano: habla y escucha. A veces, reza sin palabras, y es entonces cuando más escucha. Lo más importante es precisamente lo que «oye». Trata también de unir la oración a sus obligaciones, a sus actividades, a su trabajo, y unir su trabajo a la oración.
- Orar no significa sólo que podemos decir a Dios todo lo que nos agobia. Orar significa también callar y escuchar lo que Dios nos quiere decir.
- La oración debe abrazar todo lo que forma parte de nuestra vida. No puede ser algo suplementario o marginal. Todo debe encontrar en ella su propia voz. También todo lo que nos oprime; de lo que nos avergonzamos; lo que por su naturaleza nos separa de Dios. Precisamente esto, sobre todo. La oración es la que siempre, primera y esencialmente, derriba la barrera que el pecado y el mal pueden haber levantado entre nosotros y Dios.
- Debemos orar también porque somos frágiles. Es preciso reconocer humildemente y en forma realista que somos pobres criaturas, con ideas confusas, tentadas por el mal, frágiles y débiles, con necesidad contínua de fuerza interior y de consuelo.
- La oración es el reconocimiento de nuestros limites y de nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. Por lo tanto, no podemos menos que abandonarnos en Él, nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza.
- Si tratáis a Cristo, oiréis también vosotros en lo más íntimo del alma los requerimientos del Señor, sus insinuaciones continuas.
- En la oración, pues, el verdadero protagonista es Dios. El protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de la esclavitud de la corrupción y la conduce hacia la libertad, para gloria de los hijos de Dios. Protagonista es el Espíritu Santo, que «viene en ayuda de nuestra debilidad».
- Procurad hacer un poco de silencio también vosotros en vuestra vida para poder pensar, reflexionar y orar con mayor fervor y hacer propósitos con más decisión. Hoy resulta difícil crearse «zonas de desierto y silencio» porque estamos continuamente envueltos en el engranaje de las ocupaciones, en el fragor de los acontecimientos y en el reclamo de los medios de comunicación, de modo que la paz interior corre peligro y encuentran obstáculos los pensamientos elevados que deben cualificar la existencia del hombre.
- Dios nos oye y nos responde siempre, pero desde la perspectiva de un amor más grande y de un conocimiento más profundo que el nuestro. Cuando parece que Él no satisface nuestros deseos concediéndonos lo que pedimos, por noble y generosa que nuestra petición nos parezca, en realidad Dios está purificando nuestros deseos en razón de un bien mayor que con frecuencia sobrepasa nuestra comprensión en esta vida. El desafío es «abrir nuestro corazón» alabando su Nombre, buscando su Reino, aceptando su Voluntad.
-Cuando recéis debéis ser conscientes de que la oración no significa sólo pedir algo a Dios o buscar una ayuda particular, aunque ciertamente la oración de petición sea un modo auténtico de oración. La oración, sin embargo, debe caracterizarse también por la adoración y la escucha atenta, pidiendo perdón a Dios e implorando la remisión de los pecados.
- La oración debe ir antes que todo: quien no lo entienda así, quien no lo practique, no puede excusarse de la falta de tiempo: lo que le falta es amor.
- No pocas veces acaso podemos sentir la tentación de pensar que Dios no nos oye o que no nos responde. Pero, como sabiamente nos recuerda san Agustín, Dios conoce nuestros deseos incluso antes de que se los manifestemos. Él afirma que la oración es para nuestro provecho, pues al orar «ponemos por obra» nuestros deseos, de tal manera que podemos obtener lo que ya Dios está dispuesto a concedernos. Es para nosotros una oportunidad para «abrir nuestro corazón».
- Para orar hay que procurar en nosotros un profundo silencio interior. La oración es verdadera si no nos buscamos a nosotros mismos en la oración, sino sólo al Señor. Hay que identificarse con la Voluntad de Dios, teniendo el espíritu despojado, dispuesto a una total entrega a Dios. Entonces nos daremos cuenta de que toda nuestra oración converge, por su propia naturaleza, hacia la oración que Jesús nos enseñó y que se convierte en su única plegaria en Getsemaní: «No se haga mi voluntad, sino la tuya.»
- La oración puede definirse de muchas maneras. Pero lo más frecuente es llamarla un coloquio, una conversación, un entretenerse con Dios. Al conversar con alguien, no solamente hablamos sino que además escuchamos. La oración, por tanto, es también una escucha. Consiste en ponerse a escuchar la voz interior de la gracia. A escuchar la llamada.
- El hombre no puede vivir sin orar, lo mismo que no puede vivir sin respirar.
- A través de la oración, Dios se revela en primer lugar como Misericordia, es decir, como Amor que va al encuentro del hombre que sufre. Amor que sostiene, que levanta, que invita a la confianza.
- La intervención humanitaria más poderosa sigue siendo siempre la oración, pues constituye un enorme poder espiritual, sobre todo cuando va acompañada por el sacrificio y el sufrimiento.
- La oración es también una arma para los débiles y para cuantos sufren alguna injusticia. Es el arma de la lucha espiritual que la Iglesia libra en el mundo, pues no dispone de otras armas.
- San Pablo, orando en medio de las dificultades de la vida, oyó estas palabras del Señor: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad.» La oración es la primera y fundamental condición de la colaboración con la gracia de Dios. Es menester orar para obtener la gracia de Dios y se necesita orar para poder cooperar con la gracia de Dios.
Santo Cura de Ars: la vida engendra vida.
¿Quién no recuerda con cariño y admiración al Santo Cura de Ars? El día 4 se celebra la fiesta de San Juan María Vianney, mundialmente conocido como el, Cura de Ars, cuyo cuerpo se halla incorrupto en la Basílica de Ars. Su verdadero nombre fue San Juan Bautista María Vianney. Nació en Dardilly, en las cercanías de Lyon (Francia), el 8 de mayo de 1786. Tras una infancia normal, a los diecisiete años Juan María manifiesta el gran deseo de llegar a ser sacerdote. Su padre, aunque buen cristiano, pone algunos obstáculos, que por fin son vencidos. El joven inicia sus estudios en el seminario, dejando las tareas del campo a las que hasta entonces se había dedicado. A los 29 años, después de muchos sacrificios es ordenado sacerdote y, desde entonces se distinguirá como modelo de piedad, excelente confesor y director espiritual. Fue enviado al pequeño pueblo de Ars donde habitaban unas 200 personas con tantas problemáticas de inmoralidad, allí dedica su vida para la conversión de la gente del lugar y de los alrededores.
Sus grandes fuerzas: la Eucaristía, la Confesión y el amor a la Virgen. Lo central de su vida, como sacerdote, era celebrar la Misa. La Misa era lo más grande para él. Durante sus cuarenta años en Ars, antes de celebrar la misa (de ordinario a las siete de la mañana) se preparaba durante casi una hora de oración... ¡Era tan grande lo que iba a realizar! Era sacerdote para todos, no sólo para los de su pueblo: sacerdote de Jesucristo para todos los hijos de Dios. Decía: "Si uno tuviera suficiente fe, vería a Dios escondido en el sacerdote como una luz tras su fanal, como un vino mezclado con el agua. Hay que mirar al sacerdote, cuando está en el altar o en el púlpito, como si de Dios mismo se tratara". “Cuando el sacerdote da la absolución, no hay que pensar más que en una cosa: que la sangre del Buen Dios corre por nuestra alma lavándola y volviéndola bella como era después del Bautismo”. En la antigua casa parroquial de Ars se conserva el confesionario. Durante largo tiempo del día permanecía sentado en el confesionario, prisionero de los pecadores. De ahí que sufriese una serie de hernias muy dolorosas, de las cuales nunca se quejó y fueron ocasión de reparación y ofrecimiento.
Se dio siempre a los demás sin interés alguno. Su gran preocupación era inculcar en los cristianos la convicción de que en la tierra estamos de paso, que vale la pena vivir siendo avaros del cielo. “La tierra, decía, es comparable a un puente que nos sirve para cruzar un río; sólo sirve para sostener nuestros pies. Estamos en este mundo, pero no somos de este mundo, puesto que decimos todos los días: Padre nuestro que estás en los cielos. Hay que esperar nuestra recompensa cuando estemos en nuestra casa, en la casa paterna”. “En nuestro andar, la Santa Virgen está entre su Hijo y nosotros. Aunque seamos pecadores, ella está llena de ternura y de compasión hacia nosotros. María es tan buena que no deja de echar una mirada de compasión al pecador. Siempre está esperando que le invoquemos. En el corazón de María no hay más que misericordia”.
Fue canonizado por el papa PíoXI en 1925 y en 1928 nombrado patrono de los párrocos. El año 2009, más precisamente el 4 de Agosto, en la conmemoración del 150 Aniversario de su muerte, el papa Benedicto XVI lo propuso y proclamó como patrono de todos los sacerdotes, no solo de los párrocos. “¿Cómo no tener un recuerdo agradecido hacia la persona concreta de un sacerdote confesor, de un sacerdote amigo? Si los laicos lo tienen, también ustedes sacerdotes, tendrán en los principios de vuestra vocación un sacerdote ejemplar que guió los primeros pasos hacia el sacerdocio. Ofrézcanse, queridos sacerdotes al Señor para ser instrumentos suyos en la llamada a nuevos obreros para su vina. Jóvenes generosos no faltan. La vida engendra vida” (Beato Juan Pablo II, 9/11/78).Angélica Diez (*)
(*) Misionera de la Inmaculada Padre Kolbe
Esperar más allá de la tormenta
Creí que el viaje iba a ser sencillo. El día claro, el mar sereno. Los pronósticos eran buenos. La tormenta, sin embargo, ha llegado.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Las olas aumentan. El viento sopla fuerte. La nave sube y baja, como un juguete. El mareo domina a tripulantes y pasajeros.
Comienzo a tener miedo. Creí que el viaje iba a ser sencillo. El día claro, el mar sereno. Los pronósticos eran buenos.
La tormenta, sin embargo, ha llegado. Las seguridades dejan de serlo. Las olas golpean, una y otra vez, a la barca, que parecía fuerte y firme en los momentos de bonanza.
También la barca de la Iglesia sufre por las olas. Traiciones y pecados, ambiciones y envidias, lujurias y soberbias, rencores y apatías.
Fuera, críticas mordaces, llenas de rencor, deseosas de venganza. Dentro, la cobardía de los “buenos” que no lo eran, la desfachatez del hermano que traiciona por la espalda, la perfidia de quien se deja arrastrar por pasiones miserables sin alcanzar a percibir el daño que provoca en sus hermanos más frágiles.
Tengo miedo, sí, ante tantas críticas, ante tanto escándalo, ante tantas voces, ante tantos dedos inquisidores. Tengo miedo de mí mismo, porque nadie puede decir que no caerá donde otros han caído, porque yo puedo llegar un día a ser un traidor y un enemigo dentro de la barca de la Iglesia.
Luego, dentro, como un susurro, una voz me invita a confiar. “No temas”. ¿Quién la dice? ¿Desde dónde quiere darme confianza? ¿Por qué ahora ese sonido interior, casi imperceptible?
Es difícil recuperar el valor cuando las olas arrecian y cuando parece que no hay manera de controlar la nave. Pero si recordamos que Dios es omnipotente, que la gracia vence el pecado, que la última palabra de la historia la pronunciará el Cordero sacrificado, entonces surgen fuerzas que no son humanas, que vienen de los cielos...
El miedo ha quedado a un lado. La invitación de Cristo a no temer brilla con una belleza indescriptible. Es la hora de esperar a pesar de la tormenta.
Empezamos nuevamente a trabajar, como siervos inútiles pero disponibles, para que el Evangelio pueda dar esos frutos de amor y de esperanza que tanto necesita cada corazón humano.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Las olas aumentan. El viento sopla fuerte. La nave sube y baja, como un juguete. El mareo domina a tripulantes y pasajeros.
Comienzo a tener miedo. Creí que el viaje iba a ser sencillo. El día claro, el mar sereno. Los pronósticos eran buenos.
La tormenta, sin embargo, ha llegado. Las seguridades dejan de serlo. Las olas golpean, una y otra vez, a la barca, que parecía fuerte y firme en los momentos de bonanza.
También la barca de la Iglesia sufre por las olas. Traiciones y pecados, ambiciones y envidias, lujurias y soberbias, rencores y apatías.
Fuera, críticas mordaces, llenas de rencor, deseosas de venganza. Dentro, la cobardía de los “buenos” que no lo eran, la desfachatez del hermano que traiciona por la espalda, la perfidia de quien se deja arrastrar por pasiones miserables sin alcanzar a percibir el daño que provoca en sus hermanos más frágiles.
Tengo miedo, sí, ante tantas críticas, ante tanto escándalo, ante tantas voces, ante tantos dedos inquisidores. Tengo miedo de mí mismo, porque nadie puede decir que no caerá donde otros han caído, porque yo puedo llegar un día a ser un traidor y un enemigo dentro de la barca de la Iglesia.
Luego, dentro, como un susurro, una voz me invita a confiar. “No temas”. ¿Quién la dice? ¿Desde dónde quiere darme confianza? ¿Por qué ahora ese sonido interior, casi imperceptible?
Es difícil recuperar el valor cuando las olas arrecian y cuando parece que no hay manera de controlar la nave. Pero si recordamos que Dios es omnipotente, que la gracia vence el pecado, que la última palabra de la historia la pronunciará el Cordero sacrificado, entonces surgen fuerzas que no son humanas, que vienen de los cielos...
El miedo ha quedado a un lado. La invitación de Cristo a no temer brilla con una belleza indescriptible. Es la hora de esperar a pesar de la tormenta.
Empezamos nuevamente a trabajar, como siervos inútiles pero disponibles, para que el Evangelio pueda dar esos frutos de amor y de esperanza que tanto necesita cada corazón humano.
A la radio la hacemos todos, tanto vos como oyente, como los que trabajamos en ella. Te informa, entretiene, te educa y sobre todo te hace sentirte acompañado.
Que disfrutes de este maravilloso medio de comunicación contado a través de este blog...
Recibí nuestro cordial saludo!
El equipo de Radio San Patricio!
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